Todo empezó como un juego.
A él le gustaba, le encantaba, ponerla a prueba, en situaciones comprometidas, ver sus reacciones, retarla, jugar.
A él le gustaba, le encantaba, ponerla a prueba, en situaciones comprometidas, ver sus reacciones, retarla, jugar.
Y ella era una amante de los retos por lo que cedía a todos sus caprichos, a sus juegos, complacida, deseosa de salirse con la suya.
Nadie podía comprenderlos, no sabían si realmente llegaba a haber un ganador en esos juegos sin sentido, en los que en ocasiones eran arrastrados como un peón mas de esos juegos tan descabellados.
Poco a poco fue subiendo de nivel, volviéndose más atrevidos y peligrosos.
Dejo de ser divertido, no podían parar.
Llego un momento en el que no podían distinguir el juego de la realidad, los limites se desvanecieron, los prejuicios también y ellos sabían que ya no había forma de parar, de volver atrás.
Llego un momento en el que no podían distinguir el juego de la realidad, los limites se desvanecieron, los prejuicios también y ellos sabían que ya no había forma de parar, de volver atrás.
Porque realmente ya habían perdido.
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